Búsqueda personalizada

jueves, 13 de febrero de 2014

Copenhague hace obligatorio el empleo de techos verdes

La ciudad de Copenhague aprobó una ley que obliga tener algún tipo de vegetación en las nuevas azoteas de la ciudad, con el objetivo de mejorar el hábitat y ahorrar consumo de energía. También existen planes para cubrir de vegetación las viejas azoteas de la cuidad y para el 2025 la meta es convertirse en una cuidad neutral de carbono.

Copenhague es la segunda ciudad en el mundo con una legislación sobre las azoteas verdes, anteriormente la cuidad de Toronto en Canadá implemento una ley similar.

La utilización de techos verdes genera muchos beneficios tanto económicos como ecológicos. Además de mejorar la climatización del edificio, se pueden utilizar las azoteas verdes para cultivar frutas, verduras y flores. Este tipo de azoteas filtra los contaminantes y el CO2 del aire y también actúa como barrera acústica.

En un estudio sobre el impacto de estructuras verdes en la zona de Manchester los investigadores comprobaron que los techos verdes ayudaban a bajar las temperaturas especialmente en zonas urbanas.

En la actualidad Copenhague posee alrededor de 20.000 metros cuadrados con azoteas en donde es posible implementar estos desarrollos. También existen al menos 30 edificios con  techos verdes y se prevé que la nueva ley incrementará anualmente 5.000 metros cuadrados  de techos verdes correspondientes a nuevas construcciones.

Cabrales

 Este concejo asturiano es todo lo que se le puede pedir a la Asturias montañosa. Y además, sabe a queso. Es difícil ofrecer más. Pero tras saciar la gusa y la excusa que nos trae hasta este lugar, queda una comarca de largos prados y paraísos naturales como los Picos de Europa. Y también pequeñas parroquias con mucho arte donde mandan las iglesias humildes y algún que otro palacio sorprendente como el de Cernuda (o cómo ser regio y rural), el del Mayorazgo o el de Inguanzo.

Appenzell

Appenzell es el centro neurálgico de una comuna homónima en la Suiza más alemanizada. Ahí, un poco lejos de todo, se cura el Appenzeller, uno de los quesos más populares de los supermercados helvéticos por su versatilidad y su sabor suave, amigable. Cuando el canto de sirena quesero se atenúa queda un pueblo de grandes casas de colores, calles pintorescas y peatonales y unas cuantas excursiones potentes: a los Grisones o al romántico Lago Constanza.

Mahón

La principal puerta de entrada a la isla de Menorca no es solo un centro político, logístico y de transporte. También la casa de un popular queso de vaca que la ha situado como la referencia gastronómica en un panorama turístico con muchos estímulos. Aunque ahora su consejo regulador acoge productores de todas las islas, su capital sigue siendo su principal valedor y acompaña una buena cata con un paseo por el puerto y sus recuerdos ingleses.

Gorgonzola



Este enclave lombardo hace que cualquiera se derrita con esa luz y ese crepúsculo tiñendo sus calles y canales. Absolutamente eclipsada por su queso y por la cercana Milán, Gorgonzola sobrevive al efecto ciudad-dormitorio con piazzi llenas de vida, iglesias con encanto como las de San Gervasio y Protasio o el santuario de la Madonna dell’Aiuto. Y, cómo no, con fiestas y ferias en torno a su inconfundible queso.

Gruyères

Gruyères

 Es cierto que su famoso producto no lleva la ‘s’ final y que éste toma el nombre de la comarca (Gruyère) pero cuando se cita a este coqueto pueblito prealpino es inevitable pensar en queso y en vaquitas salpicando las verdes laderas. Luego convence con su idílica postal, con su disfrutable castillo ducal y sus grandes chalets consagrados hoy al alojamiento y a la fondue. Y al final ya sorprende con otras rarezas como su museo HR Giger, su bar alienígena o su completísimo museo de arte tibetano.

Rocamadour

Rocamadour

 El tirón de este famoso ‘sitio’ de Francia (el segundo más visitado del país) fue aprovechado por los productores de queso locales para que bautizara a los delicadísimos quesitos de cabra de sus fromageries. Con razón, ya que los peregrinos fueron los que universalizaron estos suculentos bocados. La parte no comestible de esta simbiosis es un pueblo espectacular que hace equilibrio en el acantilado sobre el que la fe (y el parné) ha levantado todo un santuario imprescindible.