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jueves, 11 de febrero de 2016

¿En qué se diferencian el orgasmo masculino y el femenino?

El orgasmo es la respuesta neurovegetativa producida por el organismo debido a los estímulos que se han creado durante la fase de excitación. Cuando los músculos pélvicos y genitales llegan al máximo de tensión por la cantidad de sangre acumulada en ellos, envían mensajes a la médula. El orgasmo es la reacción refleja provocada por esos mensajes y esta reacción nerviosa provoca contracciones en la envoltura de los músculos.



El orgasmo femenino
Las contracciones se inician a intervalos de 0,8 segundos y su número puede variar mucho, disminuyendo después de intensidad, duración y frecuencia. Más que una respuesta localizada en la pelvis, es una respuesta total del organismo. La imaginación está directamente relacionada con el orgasmo, el cerebro tiene mucho que ver. Con la penetración se moviliza sincrónicamente toda la pirámide vulvar y se estimula el punto G y el clítoris. Toda mujer tiene la capacidad física de experimentar orgasmos.

Estos son los síntomas del orgasmo femenino:

Mayor aumento de la frecuencia cardiaca.
Aumento de la respiración.
Incremento de la presión arterial.
Sensación subjetiva de la explosión de placer.
Contracción del útero.
Contracción de la plataforma orgásmica.
Después del orgasmo, existiría en la mujer una recuperación del estado previo a la excitación. Aunque si es reestimulada antes de que disminuya la tensión sexual, la mujer es capaz de presentar varios orgasmos sucesivos.



El orgasmo masculino
Se dan entre 3 y 10 contracciones con un intervalo de 8 décimas de segundo entre cada una, en función de cómo de intensa sea la respuesta. Esto significa que un orgasmo dura de media entre 4 y 8 segundos. El hombre vive esta reacción fisiológica como una oleada de sensaciones placenteras.

Estos son los síntomas del orgasmo masculino:

Mayor aumento de la frecuencia cardiaca.
Aumento de la respiración.
Incremento de la presión arterial.
Sensación subjetiva de la explosión de placer.
Contracción del pene, la uretra y el esfínter.
Expulsión del semen al exterior.
Tras el orgasmo, en el hombre existiría la recuperación del estado previo a la excitación y se iniciaría el periodo refractario, por el cual el hombre no volverá a excitarse hasta pasado un tiempo, algo que puede variar según cada persona.

Así funciona el cerebro enamorado

El amor ha sido, desde siempre, un tema central para la humanidad, sirviendo de fuente de inspiración para la poesía, la música, la pintura y el arte en todas sus formas. En los últimos años, gracias al desarrollo de modernas técnicas de imagen que permiten observar directamente lo que pasa dentro de nuestras cabezas, el amor se ha convertido en un tema de interés también para la ciencia.

El área cerebral más potentemente activada en los cerebros enamorados parece ser, con el consenso de todos los estudios de neuroimagen publicados hasta la fecha, el núcleo ‘accumbens’. Esta estructura constituye, en asociación con otras, lo que se denomina sistema de recompensa del cerebro, cuya activación resulta en una profunda sensación de placer y euforia. Los estímulos capaces de desencadenar esta emoción son muy diversos, incluyendo el sexo, la exposición a situaciones, personas o ambientes nuevos, poco familiares, y un largo etcétera. El sistema de recompensa se encarga de reforzar la asociación entre un estímulo capaz de generar placer y el estado eufórico al que conduce, potenciando los comportamientos de búsqueda y “consumo” de estímulos gratificantes. 

Un sentimiento adictivo
Muy frecuentemente, las parejas dicen sentirse más unidas después de realizar un viaje juntas. Esta sensación no es una fantasía sino que parece tener un fundamento neuroquímico real. Se cree que, al enfrentarse de forma permanente a la novedad, la activación de este sistema refuerza la asociación entre la sensación de placer y la presencia de la otra persona, lo que contribuye a consolidar los lazos afectivos.  Todas las drogas adictivas se caracterizan por estimular este sistema, como hace el amor. Aunque –todavía- no se lo considera formalmente, el amor es un sentimiento potentemente adictivo. Ahora bien, si se analizan los criterios diagnósticos de la adicción se descubre un patrón conductual sobrecogedoramente similar al del enamoramiento. 

Así, el adicto muestra una conducta de ansia exagerada e irreprimible por conseguir la droga; emplea mucho tiempo y esfuerzo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia, como desplazarse largas distancias o realizar, sin disgusto, los formidables movimientos que se requieren para la cópula, aun habiéndose ejercitado duramente en otros menesteres a lo largo del día; y antepone el consumo de la sustancia a sus actividades sociales, laborales o recreativas, descuidándolas. El parecido es manifiesto.

Con todo, el aspecto más frustrante de la adicción es su persistencia. La exposición a recordatorios del consumo de drogas, como lugares asociados al uso previo, puede ocasionar una recaída, incluso décadas después de superar la adicción. En el caso del amor, todos sabemos que una canción, una fotografía o un camino de vuelta a casa pueden tener el mismo efecto, reavivando la extinta llama del amor y abrasándonos por dentro.

Las fases de la Luna afectan a la lluvia

Cuando la luna está alta en el cielo, crea protuberancias en la atmósfera del planeta que a su vez genera cambios casi imperceptibles en la cantidad de lluvia que posteriormente cae. Así, una nueva investigación llevada a cabo por científicos de la Universidad de Washington (EE.UU.) pone de manifiesto la influencia -aunque ligera- de las fases de la Luna sobre la lluvia.

“Por lo que yo sé, este es el primer estudio que conecta de forma convincente la fuerza de las mareas de la luna con las lluvias”, afirma Tsubasa Kohyama, líder del estudio.

Los investigadores se encontraban estudiando las ondas atmosféricas cuando notaron una ligera oscilación en la presión del aire; tras dos años rastreando este fenómeno, descubrieron que estos cambios de presión así como la temperatura, estaban vinculados a las fuerzas lunares. Para confirmar que efectivamente la presión del aire en la superficie variaba con las fases de la Luna, los científicos utilizaron una rejilla global de datos durante todo el tiempo que duró el estudio, que cotejaron con una base de datos de 15 años de la NASA y los datos sobre lluvias tropicales recopilados por la Agencia Japonesa de Exploración Espacial.

Cuando la luna está en la posición más alta en el cielo, la presión del aire es superior. Esto sucede porque la gravedad de la Luna hace que la atmósfera de la Tierra se abulte hacia ella, por lo que el peso de la atmósfera en ese lado del planeta sube. Una presión más alta también hace que aumente la temperatura del aire. Al estar el aire más caliente también puede contener más humedad y por ello encontrarse más lejos de su capacidad relativa de humedad.

“Es como si el contenedor se hiciera más grande a mayor presión. La humedad relativa afecta a la lluvia, porque una humedad más baja es menos favorable para la precipitación”, explica Kohyama.

En concreto, la lluvia es un 1% más ligera cuando la luna está alta. “Nadie debe llevar un paraguas solo porque la luna esté alta”, explica Kohyama pero, este dato podría ser utilizado para probar los modelos climáticos y seguir explorando el hecho de si la frecuencia de las tormentas muestra alguna conexión lunar.

Los caballos pueden leer las emociones humanas

Un equipo de psicólogos ha estudiado las reacciones de 28 caballos a los que mostraban fotos que contraponían expresiones humanas positivas y negativas. Ante las caras enfadadas, los animales –que no habían recibido adiestramiento previo– movían la cabeza para mirar la imagen con sus ojos izquierdos, un rasgo asociado a la percepción de estímulos negativos, dada la especialización del hemisferio cerebral derecho en el procesamiento de las amenazas (la información proveniente del ojo izquierdo se dirige al lado derecho del cerebro). 

También se aceleraba su ritmo cardiaco y mostraban comportamientos ligados al estrés. El estudio, publicado en la revista científica Biology Letters, concluye que esta respuesta indica que los caballos comprenden el significado de los rostros airados cuando los ven, algo que no había sido detectado hasta ahora en sus interacciones con humanos.

Según explica Amy Smith, codirectora del trabajo y miembro del Grupo de Investigación de la Cognición y la Comunicación Vocal de los Mamíferos de la Universidad de Sussex, “comprobamos que los caballos reaccionan más a las expresiones negativas que a las positivas. Esto podría deberse a la importancia de reconocer amenazas. En ese contexto, distinguir los rostros enfadados podría ayudarles a anticiparse a los malos tratos”.

Karen McComb, profesora de Cognición y Comportamiento Animal de la Universidad de Sussex y codirectora de la investigación, indica que “hay varias explicaciones de nuestro descubrimiento. Los caballos podrían haber adaptado a sus relaciones con los humanos una habilidad ancestral destinada a reconocer emociones en otros miembros de su especie. También puede ser que algunos ejemplares aprendan durante su vida a interpretar las expresiones de las personas. Lo interesante es la constatación de que los caballos son capaces de romper las barreras entre especies y reconocer emociones en los humanos, a pesar de la tremenda diferencia entre la morfología facial de unos y otros”.