El estudio concluye que la principal amenaza contra la civilización no proviene del exterior, sino de los propios humanos.
Desde que en 1958 el gobierno norteamericano creara esta agencia, las especulaciones sobre el fin de la civilización siempre miraron hacia el espacio exterior. Hollywood ha sido una de las industrias que más han rentabilizado estas visiones agoreras, siendo los impactos de meteoritos en la Tierra o, incluso, las invasiones alienígenas, las grandes estrellas. A pesar de que las amenazas creadas por el hombre siempre han estado ahí, pocos podían pensar que la NASA diese una voz de alerta en esta dirección, la de la autodestrucción.
Dos causas interralacionadas entre sí
El desastre civilizatorio sobre el que advierte el estudio del Goddard Space Flight Center de la NASA, avanzado en el diario británico The Guardian por el director del Institute for Policy Research and Development, Nafeez Ahmed, se apoya en otra pata: el cambio climático o “la explotación insostenible de los recursos”. Ambas causas van de la mano (desigualdad económica y explotación de recursos), denuncia el estudio, que se limita al análisis de la realidad, evitando caer en ofrecer soluciones.
El informe se centra en interpretar los datos para dar una base científica a las tan recurrentes como controvertidas advertencias sobre el colapso de la humanidad. El método de análisis es de carácter multidisciplinar y se basa en el modelo Handy (acotación en inglés de Human and Nature Dynamics), supervisado por el matemático Safa Motesharri, de la norteamericana National Science Foundation.
Entre los factores claves que convierten la actual “civilización sofisticada, compleja y creativa como la actual, en algo frágil y efímero”, se encuentran: la población, el clima y la energía. Todos ellos están convergiendo, dicen, en un proceso que lleva al colapso y que está caracterizado por “la estratificación económica de la sociedad dos bandos, las élites (ricos) y las masas (pobres)”. Asimismo, se subraya el papel que también juega “la insostenible explotación de los recursos debido a la tensión energética”. Es decir, que la brecha entre ricos y pobres se asienta en el consumo excesivo: “La riqueza no se distribuye de forma uniforme entre la sociedad, sino que está siendo controlado por una élite”.
Modificar la situación todavía es posible
El recurrido argumento de que los avances tecnológicos ofrecerán un balón de oxígeno para paliar la carencia energética y la insuficiencia de recursos de un planeta en constante crecimiento demográfico (nucleares, alimentos transgénicos, etc.) también es cuestionado por este estudio. “El aumento de la eficiencia va ligado a un aumento de la extracción de recursos y del consumo de éstos per cápita, por lo que vuelven a compensarse sin resolver el problema”, apuntan.
Los avances tecnológicos van ligados a un aumento de la extracción de recursos y del consumo de estos, por lo que no resuelven el problema
A través de una serie de algoritmos, el equipo de investigadores científicos dirigidos por Motesharri concluye que, sin cambiar el actual modelo político “es difícil evitar el colapso civilizatorio”, y apuntan dos posibles escenarios futuros en los que la población mundial se reducirá drásticamente. El primero a causa de la hambruna, y el segundo debido a la falta de acceso a recursos básicos. Ninguno de ellos se debe a causas naturales, por lo que son evitables asumiendo ciertos cambios que todavía están en nuestra mano.
La lógica nos llevaría a pensar que las élites no pueden subsistir sin la masa trabajadora, por lo que serían los primeros interesados en evitar su inanición o la falta de acceso a los recursos. Una cuestión para la que también tienen explicación los autores: “El monopolio que ostentan los protegería de la mayoría de efectos perjudiciales de este colapso, al menos durante las primeras fases, por lo que seguirían actuando como siempre”.
Una tormenta perfecta
Estos mecanismos de protección explicarían por qué las élites se mantuvieron al margen de otros colapsos históricos, como el de Roma o el de los mayas, hasta que ya era demasiado tarde, comparan los investigadores. “Mientras que algunos sectores de la sociedad dieron la voz de alarma, abogando por cambios estructurales, las élites y sus partidarios se opusieron”, recuerdan a modo de advertencia sobre las consecuencias históricas de hacer caso omiso a sus predicciones y recomendaciones.
Para estos investigadores ambos escenarios son totalmente evitables si se siguen las políticas adecuadas, como sería “una distribución de los recursos de forma más equitativa” y “una reducción del consumo de recursos hasta niveles sostenibles”. A pesar del carácter apocalíptico de sus advertencias, hay que recordar las coincidentes conclusiones de otra serie de estudios, tanto del ámbito privado como público.
Entre ellos, el Resource Stress de KPMG o el Food, energy, water and the climate: a perfect storm of global events? elaborado por el comité científico del Gobierno británico. Todos ellos coinciden en que la convergencia de las crisis alimentarias, energéticas y del agua podrían crear una “tormenta perfecta”. Sin embargo, todavía se está a tiempo de evitarla, como se insiste en el estudio del Goddard Space Flight Center de la NASA.