Los veo con sus cuadernos y lápices en mano, mirando hacia una pizarra con 100 garabatos pero todos ellos sin duda con sus mentes en blanco. En cambio, la mía está inventando, podría creer que innovando; de lo que sí estoy seguro es que no está quieta sino al contrario: se está revelando.
Me parece absurdo este método, un profesor repitiendo y tarareando las mismas cosas que él aprendió hace millones de años. Y sí, quizás esté exagerando, pero cuando pienso en mi tiempo creo que lo estoy desperdiciando, escuchando a quienes pretenden que mi comportamiento sea anticuado, y no seamos otra cosa que jóvenes “dinosaurios”. No le veo diversión a nada de lo que me enseñan, no me apasiona nada de lo que hago: estas aulas, sus libros y tareas me aburren tanto que maldigo a la universidad desde que me levanto.
¿Seré yo, que soy diferente?
Sin duda, pero estoy seguro de que algo anda mal en este sistema. Me dicen que estudie, que me gradúe y que me haga con un trabajo. Lo mismo que me dicen a mí se lo dicen a los otros tantos millones de jóvenes que, como yo, se supone que deberían estar estudiando.
Pero ¿qué pasa si no estoy motivado? ¿Qué pasa si no me gusta nada de lo que me han enseñado?
Me niego a creer que todos debemos comer del mismo plato, me niego a pensar que terminaré compitiendo con todos por el mismo cargo, que no solo no me interesa sino que además me lo pagará el Estado. No quiero ser del montón, no necesito sentirme aceptado; este sistema no es para mí y antes de que tenga que vivir resentido y despreciando lo que hago yo mejor lo intento:
¡Voy a inventar mi trabajo!
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