“Es curioso con qué facilidad olvidamos lo que nos hace feliz”, le dice Kate Mercer (Charlotte Rampling) a su marido (Tom Courtenay) mientras pasean y ven cómo los pájaros ondean el cielo. Una vez en casa, se dirige al garaje y coge una vieja partitura de Bach, se sienta delante del piano y empieza a tocar. Acto seguido quita la partitura y vuelve a interpretarla de memoria. Es ahí cuando comprende que nunca llegaremos a olvidar lo que nos llena, lo que nos define, lo que nos hace felices. Sentirse uno mismo es una liberación que, por el transcurso de la vida, se ha ido desdibujando con el paso del tiempo. Y más aún, cuando te das cuenta de que las decisiones que has tomado, no han sido elegidas por ti.
Ahora es demasiado tarde. A una cierta edad ya no se puede escoger, ni volver atrás. Lo que pasó es irrecuperable, por lo que no queda otra que seguir adelante y valorar lo que se tiene en el presente. No hay que mortificarse. Hay que levantarse y continuar construyendo lo que un día empezaste. “Las decisiones de la juventud son determinantes, y lo importante es creer que elegiste lo correcto”, cuenta Geoff, marido de Kate, en su 45º aniversario de boda. Sin embargo, él mismo no lo tiene tan claro, pues unos días antes, tumbados en la cama, le cuenta a su mujer que echa de menos su vida de joven, cuando vivía despreocupado, pero con un propósito.
Bajo esta tesitura basada en un relato de David Constantine, Andrew Haigh nos trae 45 años, una película sutil que indaga en el lenguaje secreto del amor y sus fracturas a través de una mirada íntima. ¿Hasta qué punto eres tú mismo en una relación? ¿Y si te has convertido en un anhelo de lo que un día fuiste? Todas estas preguntas afloran a falta de solo una semana para el 45º aniversario de la boda de Kate y Geoff Mercer, cuando llega una carta dirigida a su marido que cambiará la forma en que se ha conocido el matrimonio hasta el momento. En ella se notifica que ha aparecido muerto el cuerpo del primer amor de Geoff, congelado en los glaciares de hielo de los Alpes suizos.
Este factor provoca un terremoto en las bases de la pareja, que despelleja las innumerables capas de su vida hasta llegar a lo más hondo. En esta mirada al pasado, para cuestionarse el presente y el futuro, cada uno explora nuevas sensaciones. Él echa de menos lo que dejó atrás, incapaz de valorar lo que ahora tiene. Es víctima del estremecimiento del tiempo perdido. Sin embargo, ella descubre que las pasiones se modulan con el tiempo, pero no se abandonan. Su marido no le ha contado su pasado, lo que le hace dudar de hasta qué punto lo conoce y de si ella ha sido suficiente para él. “Nunca lo hemos hablado en todos estos años”, le dice Kate a Geoff, a lo que él responde: “Hay cosas que no se dicen a tu nueva y guapa novia”.
No se han dado cuenta, pero en todos los años que llevan juntos ha existido un muro entre los dos: no mostrarse tal y como son ellos mismos. De hecho, ni la fractura es tan sustancial para rebelarse. “Me gustaría decirte todo lo que pienso, pero no puedo”, le dice Kate. Los secretos entre ellos perdurarán en el tiempo y seguirán las mismas dudas: “Me preguntaba cómo sabía si era mi primer amor, pero sonrío y digo: cuando muere una preciosa llama, el humo se te mete en los ojos”, cantan The Platters en Smoke Gets In Your Eyes, al final de la película.
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